lunes, 4 de enero de 2010

Los bonos verdes y la hipocresía eficiente.

Si bien estaba pensando en preparar una nota completamente distinta, mientras espero que Paulita se decida a enviarme su contribución anual para este blog, justo llegó a mis manos un informe de la consultora Econométrica: "Cambio Climático. La Reunión de Naciones Unidas en Copenaghe y los Desafíos para la Argentina". Dado la relación con el posteo anterior, decidí que este era uno de esos artículos que tenían que ser publicados en este momento exacto o nunca. Así que decidí dejarlo vivir.

Más allá de los datos que nos ofrece, hubo una parte del artículo que me llamó poderosamente la atención y me recordó una conversación que tuve con un alumno el último semestre acerca de los llamados "bonos verdes". Paso a explicar el funcionamiento de este activo.

Los bonos pueden funcionar como un permiso o como una publicidad (desconozco totalmente los pormenores de la legislación, solamente me voy a limitar a explicar la idea que hay atrás). Si funcionan como un permiso, entonces el Estado le requiere a una empresa tener una determinada cantidad de bonos según cuánto contamine esa actividad (más bonos a las empresas contaminantes). Si funcionan como publicidad, simplemente se arma un ranking con las empresas más limpias de todo el país (o mundo). Para escalar posiciones en éste ranking, se puede buscar una tecnología más limpia o bien comprar más de estos bonos y continuar contaminando lo mismo. ¿Suena hipócrita no? Una compañía petrolera que contamina tierra y aire a más no poder puede ser considerada una de las compañías más limpias del planeta si sólo invierte un poco de su dinero en estos "bonos verdes".

El primer punto que me interesa remarcar, como mera curiosidad, es la forma en que funciona la mente humana y como nos acostumbramos a manejarnos con ciertos valores, que a veces (POR FAVOR, remarco la palabra a veces, en general, me gustaría que se usaran más a menudo) no tienen sentido. Me viene la mente otra clase, que esta vez me tenía como alumno, en la que estábamos hablando de la caridad. Mi compañero estaba indignado por la actitud de algunos millonarios que enviaban millones de dólares a obras de caridad porque simplemente no sabían que hacer con su dinero, pero no estaban dispuestos a gastar una hora de su tiempo para ayudar. No voy a evaluar si ese millonario merece entrar al paraíso por su acción o no. Pero sí me gustaría que se reparara en lo ilógico del comentario. Piénsense ustedes en cualquier barrio pobre que necesite ayuda. ¿Qué creen que sería más útil? ¿Una hora de trabajo de un hombre que probablemente no sepa que hacer para dar una mano o un buen maletín lleno de sucios billetes de cien dólares? Si una persona que es capaz de producir mucho dinero porque es un deportista exitoso o un empresario multimillonario quiere ayudar, lo más eficiente es que no dedique ni un segundo de su tiempo en evaluar la pobreza o conversar con los necesitados. Sería mejor que dedicara cada minuto de su tiempo a trabajar y luego invirtiera el dinero ganado en ayuda social. Cada uno hace lo que es mejor para la sociedad, y lo que éste tipo hace mejor no es construir casas o servir comida con sus propias manos, sino ganar dinero para pagar a otros que lo hagan por él.

Volviendo al tema que nos compete, tengo que explicar aquí un mecanismo que tiene una idea similar pero mucho menos obvia. Todas las empresas contaminan. Algunas más, otras menos. Si se prohibiera contaminar, no habría producción. A nadie se le ocurriría eso por supuesto, pero estoy seguro que si muchos pensaron en establecer un límite a la contaminación que una empresa puede emitir. Pero...¿cómo fijamos ese límite?. Imagínense que una empresa descubre la cura definitiva para el sida, pero que el proceso para la fabricación del producto es altamente contaminante ¿Debe permitirse que la fabrique? Si establecemos un límite fijo, quizás esa empresa no pueda producir, o quizás no podamos utilizar para nada el petróleo por lo que deberíamos volcarnos a formas de energía demasiado caras que llevarían a un incremento general de casi todos los precios, erosionando la calidad de vida de la población. Pero quizás, una empresa que fabrica algún producto inútil que apenas le rinde una ganancia, puede seguir funcionando porque está apenas por debajo del nivel máximo fijado. Creo que ha quedado claro que la solución viene de la mano de un límite específico para cada actividad. Un límite que debe tener en cuenta la utilidad del producto por el que estamos contaminando. Pero no sólo eso. Por más que el producto sea muy beneficioso, no hay que imponer un límite demasiado alto, porque eso podría desincentivar a la empresa a usar una tecnología más limpia, que quizás es posible con un mínimo esfuerzo. Aplicar una ley especial para cada empresa teniendo en cuenta variables tan distintas parece imposible, e intentar hacerlo daría lugar a una serie discrecionalidades, y, seguramente, corrupción. Lo bueno es que tenemos ya un mecanismo que puede hacerlo por sí solo: el sistema de precios (realmente estaba este artículo muy relacionado con el anterior).

Tenemos que partir del supuesto de que el valor de un producto está reflejado en su precio. Esto puede no ser así si existen externalidades que no se están teniendo en cuenta, pero en general es una buena aproximación. No hablamos de justicia aquí, sino de valor económico. Quedará tiempo en otros artículos para hablar de equidad, ahora buscamos eficiencia. Se supone entonces que las empresas que tienen más ganancias son las que producen un mayor valor a un menor costo, y por lo tanto un mayor beneficio. Ahora, si dejamos que los bonos se compran y vendan en el mercado, el precio de estos variará con la demanda. Cuando haya muchas empresas contaminantes que los necesiten, se harán más caros. Cuando hay menos, serán más baratos. De esta manera automáticamente regulan el nivel de contaminación. De hecho, controlando la cantidad de bonos se puede obtener el límite de contaminación exacto que uno quiere(aproximadamente por los límites del cerebro del regulador). Pero lo más importante es, ¿quién los comprará?. Y la respuesta es: comprarán bonos todas aquellas empresas para las cuales comprar un bono resulte más barato que reducir la contaminación y que sigan teniendo ganancias de esta forma. Es decir, las empresas que producen bienes inútiles y contaminan mucho desaparecerán. Las que contaminan poco se quedarán porque no necesitarán comprar bonos. Las que obtienen muchos ingresos contaminando (aclaro que un bien muy valioso, como decía antes, no es necesariamente algo caro, puede ser el caso de una empresa que fabrique muchísimos bienes que se venden a centavos en todo el mundo y por ende tiene ganancias astronómicas), seguirán produciendo, pagando un costo mayor. Ese costo irá al precio del producto, por supuesto, pero esto es justo porque todos los consumidores pagan por la contaminación que producen al consumir ese bien. Y más interesante todavía: las empresas que compren los bonos serán aquellas empresas a las que les resulte más costoso incorporar tecnología limpia. Quienes pueden reducir la contaminación cambiando la forma de producción sin incurrir en grandes costos harán esto, porque les resultará más barato que comprar el bono. Para quienes no contaminar representa un gran esfuerzo, deberán pagar esta especie de impuesto, y tener guardado un par de bonos verdes. Así, reducimos la contaminación exactamente en las áreas en las que queríamos: en las que es más fácil reducirla.

El ejemplo del paper de econométrica es bastante claro al respecto: "Según el informe Stern del Reino Unido, la deforestación es un elemento negativo para el cambio climático, ya que aporta nada menos que un 20% a las emisiones contaminantes de dióxido de carbono.(...) En América Latina se suelen desmontar densos bosques tropicales para crear pasturas cuyo valor anual es de unos pocos cientos de dólares la hectárea, mientras que se liberan 500 toneladas de CO2 por hectárea. Ello implica un costo de reducción de la emisión de CO2 inferior a un dólar por tonelada. Mientras tanto, los miembros de la Unión Europea han llegado a invertir 20 dólares para reducir la emisión en una tonelada." Creo que la idea se entiende. Si tanto les cuesta a los países desarrollados disminuir sus emisiones, quizás el cambio climático pueda atenuarse si transfieren recursos para que los países en desarrollo cuiden sus bosques (compensando a los propietarios lo que dejan de ganar por no deforestar), lo cuál sería algo mucho más barato, un objetivo más accesible.

Los dejo ahora con estas reflexiones. Por un lado, me sirvió para explicar admirablemente las maravillas del sistema de precios cuando funciona bien (que reconozco no es tan a menudo. De hecho tomar medidas como si funcionara perfectamente puede hacer mucho daño a veces), usando uno de mis temas preferidos: la ecología. A modo de diversión, hablé un poco también de la "hipocresía funcional": si ese millonario evasor de impuestos quiere donar un millón de pesos al hospital sólo por el prestigio de ver su placa conmemorando su donación para ganar respeto, y no porque los enfermos le interesen en lo más mínimo ¿tanto nos cuesta ponerla y comernos la bronca?.

Aclaro finalmente, que mientras escribía el artículo, del cual estaba muy convencido al principio, empezaron a surgirme ciertas inquietudes con respecto a la utilidad de aplicar algunas de estas medidas. Tenían que ver con competencia y distribución del ingreso. Incluirlas significaría alargar demasiado el artículo y hacerlo insoportable. Si las críticas aparecen ( o por lo menos el interés de alguien que quiera saber las críticas a mí mismo), responderé en los comentarios.

Hasta luego.
Javier

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