jueves, 17 de febrero de 2011

La espada y la pared

Depreciar o no depreciar la moneda, esa es la cuéstión. Este es el dilema en el que entre la economía argentina en los años que vienen. Desde los sectores industriales, e incluso desde el sector agropecuario, ya se está comenzando a pedir por una moneda más depreciada.

Para mis amigos no economistas (sí, tengo amigos no economistas, y me soportan), van algunos datos. La competitividad de un país en el mercado internacional depende principalmente de tres factores: el tipo de cambio, la productividad y el nivel de precios. Vamos a mantener constante la productividad porque suponemos que es algo que varía en forma sensible sólo en el largo plazo (en realidad es una excusa porque no la se medir bien, pero no importa tanto). La cuestión es que si un país como el nuestro pasa de un tipo de cambio de 1 a 1 a un tipo de cambio de 4 a 1 como en la actualidad, entonces se vuelve mucho más competitivo internacionalmente. ¿No?. Bueno, depende. Sí un país deprecia su moneda en un 300%, pero a su vez sus precios internos suben un 300%, entonces no hay mejora alguna en la competitividad: los compradores extranjeros pagan 3 veces más por la suba de precios, pero 3 veces menos por la depreciación.
Para medir la competitividad del país entonces, usamos el tipo de cambio real. Me tomé el trabajo de calcular la depreciación real de la moneda argentina utilizando como índices el IPC (no es lo más correcto pero da una aproximación) de Argentina (no indec) y USA (estamos midiendo, en realidad, el tipo de cambio real bilateral con USA, no me quise complicar la vida). La depreciación del tipo de cambio nominal es del 301% entre diciembre 2001 y 2010. La inflación acumulada es del 332%, mientras que la de USA es de menos del 24%. Resultado: la depreciación real, es decir, la ganancia de competitividad, es del 14,8%. Si tomamos un dólar a $4,40 a fin de año, con una inflación del 25% para nuestro país y repetimos la inflación de 2010 para Estados Unidos, la depreciación real desde 2001 es apenas superior al 2%. Es decir, estamos, a fin de año, con el mismo tipo de cambio que en la convertibilidad.

¿Por qué el país resiste tan bien entonces? Por dos motivos principales. Primero, hoy en día el dólar en sí está mucho más depreciado con respecto a otras monedas. Por lo tanto, el mismo tipo de cambio real con Estados Unidos implica un tipo de cambio mayor con otros países, por ejemplo, con los europeos, dado el aumento del valor del Euro. Más importante aún, mientras el Estado se encarga de mantener activa la economía mediante el aumento del Gasto Público (permitido por el crecimiento de la recaudación y también por los ingresos no convencionales como transferencias de ANSES y BCRA), los excelentes precios de los productos agropecuarios evitan el déficit comercial y que nos quedemos sin reservas de dólares.

El problema aparece cuando uno comienza a mirar al futuro. Por este camino, la inflación, como es característico en ella, se acelera porque a sus causas se le agrega un piso inflacionario inercial cada vez más alto. Un par de años más, con tasas de inflación cercanas al 30% y devaluaciones nominales de entre 10% y 15% dejarían al país bastante mal parado. Ni que hablar si se llega a revertir el precio de la soja. El mensaje que quiero dar es claro: la inflación es un problema, no porque sea molesta solamente, sino porque atenta contra la competitividad de la economía con su tendencia a continuar acelerándose una vez que comenzó ese camino. Eso va para mis amigos ultra kirchneristas (sí, tengo amigos kirchneristas, y también me soportan).

EL problema parece sencillo. Basta con depreciar aún más la moneda cuando se necesite. Pero aquí es donde aparece el punto central: si uno hace eso acelera la inflación. Y con un piso de entre 25% y 30%, no es algo que uno consideraría prudente, dado que las tasas muy altas de inflación sí afectan profundamente la eficiencia en la economía. Piensen además, que mientras mayor sea la inflación, mayor será la devaluación necesaria para compensarla y mayor el aumento inflacionario que ésta generará, por lo que se necesitará una depreciación del peso más grande todavía para mantener la competitividad… entrando a un círculo vicioso.

Mi visión particular es que todavía estamos a tiempo de salir sin problemas mayores si es que decidimos empezar a pensar en un crecimiento con menor tasa de inflación, controlando la emisión (al menos la parte que depende de las transferencias del BCRA al gobierno), y, principalmente, controlando las expectativas de inflación, lo cual requeriría un INDEC más serio, una postura más firme (aunque sea para las cámaras), y acuerdos salariales entre trabajadores y empresarios.
Sin embargo, en caso de dejarnos estar, nos metemos entre la espada y la pared. Una opción es dejar que la industria siga perdiendo competitividad. La otra, enfrentarse a una inflación creciente.